sábado, 17 de diciembre de 2011

Desayunos romanos...

Sentados en torno a la mesa de la cocina.
Despertando poco a poco. Intentando disimular los bostezos, la resaca y las legañas.
 Nadie dice nada. Conversaciones tontas que esconden conversaciones complicadas; miradas que dicen más que mil palabras.

"Marta, Marta..." dices con una sonrisa forzada. No puedes hacer otra cosa; sabes que no puedes decirme nada; que te guste o no, debes guardar silencio, y aceptar, que nuestro momento pasó. Se hizo tarde para nosotros. Ahora, sólo nos queda la música.

Sonrío. No puedo hacer otra cosa.

Y en silencio, pienso, y me imagino el momento en que te despiertes. A mis espaldas se abrirá la puerta de tu habitación, y segundos después, tus pasos acercándose por el pasillo.

Y sólo espero, que vengas por detrás, me abraces y me saques esa sonrisa que me sacas todas las mañanas.

Y disimuladamente, me digas al oido esas palabras: "Buongiorno Spagnola..."

No quiero despertar. No vaya a ser, que todo sea un sueño.
Un sueño del que, ahora, no quiero despertar.

Prepara café, porque esto acaba de empezar.

Dos de azúcar, por favor.
Que me gustan los desayunos dulces.



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